domingo, 13 de abril de 2014

La rama de Dios

En Sueño Profético decían:

Se habla mucho de Dios y se sabe poco de esta Gloria. Se habla mucho de los Elegidos y no se cree que Dios elija. Se habla mucho de los Profetas, pero sin querer aceptar que verdad sea. ¡Cuánto se ha dicho: “No preguntes, el árbol lo conocerás por sus frutos”!

Otro dijo:

Esto yo oía cuando mi vida con materia viví, a los tres siglos de dejar de vivir de Hombre Dios, pues ya mucho se decían estas palabras: “Donde haya dos hablando en mi Nombre, Yo estoy allí”.

El hombre habla de Dios sin saber y sin responsabilidad. Decía mi abuelo que mucho amaba a Dios:

“Hombre valiente en la Tierra, hombre cobarde para las cosas de Dios; que el hombre afirmaba todo lo que no había visto ni sabía, que dijera el hombre; pero que de la Gloria de Dios, todo lo dudaba”.

Uno dijo:

Debía el hombre de prohibir, dar maltrato al que Aquí viene; debía, antes de negar, hacer lo que éste refiere, y así podía juzgar el que sabe la Verdad desmiente.

¡Con qué frialdad coge el hombre lo que sale de esta Gloria!

¡Cuánto impedimento pone al que Dios trae y arroba!

Desperté, oí:

¿No será el impedimento,
por falta de Amor a Dios?

¿No será la frialdad,
por no oír hablar de Dios?

El que ama, quiere saber,
y el que sabe, ama.

El que sabe de Dios
es porque busca la rama.

La rama de Dios se ve
en que no falta la sabia.

Y los brotes va sembrando,
para que vean más ramas.

Siempre que quiera el hombre saber
si Dios es verdad que habla,
que piense en los que anunciaron
cuando a la Tierra bajaba.

Estos fueron los Profetas
que el Padre en ellos hablaba.

Y a la Virgen le llevó
el Arcángel sus Palabras.

Ya empezó el Padre a hablar,
antes que el Hijo bajara.


***

Libro 6 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo I - Pag. 87-88

2 comentarios:

  1. Ante la indiferencia del hombre, la constancia de Dios; antes la terquedad del hombre, el Amor de Dios. No obliga, pero nunca nos ha abandonado en el autoengaño que el mal instaló en los hijos de Dios.

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  2. Ante la indiferencia del hombre, la constancia de Dios; antes la terquedad del hombre, el Amor de Dios. No obliga, pero nunca nos ha abandonado en el autoengaño que el mal instaló en los hijos de Dios.

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